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5/10/2022
Francisco Martinez | CEO & Co-Founder de emotionhack_
“Muchas empresas están creando lugares de trabajo saludables e inclusivos, pero es necesario hacer más para que las empresas puedan proporcionar a los empleados con problemas de salud mental la ayuda que necesitan.”
Theresa May
Esta semana es la semana europea de la salud mental y por eso comenzamos nuestro post con esta cita que, sacada de contexto, podría hacer creer a muchos que una buena parte de la fuerza laboral británica tenía un problema de salud mental. La realidad es que era entonces, en 2017, cuando se empezaba analizar esta cuestión y es ahora, tras la pandemia, cuando por primera vez se está hablando en serio de este problema.
En primer lugar, dejemos claro qué es la salud mental. La Organización Mundial de la Salud define la salud mental como un estado de bienestar en el cual la persona es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad. De forma que cuando un trabajador no puede desempeñar nuestra labor profesional de forma productiva y fructífera tiene un problema de salud mental y eso no significa que esté enfermo o esté loco. Eso significa que hay causas que le impiden disfrutar del estado de bienestar descrito.
Tradicionalmente se suele hablar de la salud de los trabajadores haciendo referencia a la salud física. El reconocimiento médico que se pasa en algunas empresas tiene que ver precisamente con eso. Sin embargo, poco a poco, se han ido abriendo paso distintos mecanismos que tienen por objeto medir otros aspectos más próximos a la salud mental como la felicidad de los trabajadores o su nivel de satisfacción. Las encuestas de clima laboral son un buen ejemplo.
Antes de la pandemia, en un estudio la aseguradora AON ponía de manifiesto que el coste de la depresión era de 210 billones de dólares al año sólo en EE.UU o que la felicidad hacía que la productividad se incrementara en un 20%. Por otro lado, diversas investigaciones recogían que estresores laborales como el exceso de horas en el trabajo, la inseguridad económica o la conciliación familiar eran tan dañinos como el ser fumador pasivo. El COVID-19 ha acelerado, como tantas otras cosas, el deterioro de la salud mental de muchos trabajadores. De esta manera de acuerdo con la OMS la prevalencia global de la ansiedad y la depresión se ha incrementado un 25%. Fenómenos como “the great resignation” son consecuencias de la sacudida que ha tenido la pandemia en el ámbito profesional.
La cita de la ex-primera ministra May se recoge en el prestigioso informe Stevenson-Farmer del año 2017, donde, entonces, tan sólo en Reino Unido, se recogían cifras dramáticas como la de que 300.000 trabajadores al año perdían su empleo con problemas de salud mental. Cifras similares a las que recoge el informe Adecco “Resetting normal” que analizamos en este post sobre el burnout. En el informe Stevenson-Farmer se planteaban una serie de recomendaciones para mejorar las condiciones de salud mental tanto para empresas, como para el sector público, los reguladores y el gobierno.
Centrándonos en las recomendaciones para las empresas, el citado informe apuntaba a que muchas empresas quieren hacer lo correcto pero los managers carecen de la formación y de las competencias necesarias para dar apoyo a un nivel básico a sus empleados. La realidad actual nos ha desbordado porque a nivel social y educativo no existe ningún tipo de formación que permita dar la orientación correcta a una persona que está pasando por un mal momento. La consecuencia de ello es que las empresas que se dedican al ámbito de la salud mental están consiguiendo cerrar grandes rondas de financiación, en concreto, el volumen de las inversiones en este tipo de compañías se ha cuadriplicado desde 2015.
En este punto cabría abrir un debate y plantear la cuestión de qué es lo que debe hacer la empresa por el trabajador, o bien llevarle al límite sabiendo que si no aguanta la presión un programa de salud mental le estará esperando para reparar el daño que haya podido sufrir o bien tratar de procurar unas condiciones laborales óptimas que eviten que se produzcan situaciones que acaben en el burnout de los empleados.
En uno y otro caso, tal vez, estemos esperando demasiado de la empresa y obviando que en un mercado laboral competitivo la persona tiene la opción de trabajar donde desee si pone en valor su talento.
Desde nuestro punto de vista, haciendo una reflexión más general, tal vez convendría tener en cuenta que en el mundo profesional actual la incertidumbre está garantizada y que lo que facilita la buena salud mental y emocional de los trabajadores son un conjunto de competencias que, desafortunadamente, no se enseñan en ninguna parte. De nuevo, la inversión en una formación adecuada parece la opción más sensata y rentable en el largo plazo. Si estamos de acuerdo en esto último el debate ya no sería qué es lo que debe hacer la empresa sino quién debe financiar ese tipo de formacion.